La primera empresa que monté se dedicaba al transporte urgente.
Y la monté de eso, porque yo era mensajero en una importante empresa nacional, y era muy bueno en lo mío. Repartía sobres y paquetes con una soltura espectacular.
Aunque debo decir que vivía en una ciudad muy pequeñita y eso facilitaba las cosas 😉
Pero no la monté porque yo siempre hubiese querido ser empresario.
Ni porque me hubiera quedado sin trabajo y no encontrase ningún otro empleo.
Tampoco fué porque no quisiera tener un jefe que me mandara todo el rato.
Y desde luego no fué por el ansia de ganar mucho dinero, porque con lo que ganaba de mensajero me era más que suficiente para mis apenas 20 años.
Yo monté mi primera empresa porque me engañaron.
Y me engañaron literalmente.
Un buen día, un compañero me dijo que iba a dejar la empresa en la que trabajábamos y que se lo iba a montar por su cuenta.
Tenía pensado crear su propia empresa de mensajería y yo podría ser su delegado en mi ciudad.
Yo le contesté que de repartir paquetes sabía suficiente, pero que de llevar una empresa no tenía ni idea.
Y a eso él me respondió…¡Bah, es muy fácil!
Y le creí.
La verdad es que en aquel momento ni me paré a pensar que él jamás había sido empresario, y que su única experiencia era en lo mismo que yo, pero con unos cuantos años más.
Yo sólo me dejé llevar por el deslumbrante brillo de lo que me proponía.
Pronto descubrí que ser muy bueno repartiendo paquetes me iba a ayudar bien poco a conseguir que mi empresa funcionara y creciera.
No tenía ni idea de números, finanzas, contabilidad…
Las ventas se me daban fatal, y los únicos clientes que conseguía era o por amistad, o aquellos que sabían lo efectivo que era repartiendo sus paquetes y confiaron en que lo haría igual de bien por mi cuenta, pero ahorrándose un buen dinero.
Digo ahorrándose, porque como la mayoría de los empresarios cuando empiezan, yo también creí que teniendo tarifas más bajas iba a vender más.
Aunque estos clientes enseguida dejaban de darme paquetes que enviar en cuanto se dieron cuenta que el ahorro no compensaba la falta de buen servicio.
En cuanto a los empleados…aaayyyy los empleados, menudo desastre.
Si me portaba bien con ellos, me vacilaban. Y si era duro, se marchaban.
Y lo de la soledad del empresario se me hacía insoportable. Mi familia no me entendía. Mis amigos no me entendían. Y en ocasiones, ni yo mismo me entendía.
Esta primera empresa, aunque logré mantenerla unos cuantos años, al final fue la que provocó mi primera ruina.
Y sabiendo lo que sé hoy, lo que me extraña es que consiguiera soportarla tanto tiempo.
Te aseguro que hubiera dado mi brazo izquierdo por tener a quién preguntarle todo lo que no sabía.
Aunque si te soy sincero, la verdad es que ni siquiera sabía lo que no sabía.
Disfruta del día!
Rafa Valero
P.D. – Mañana más.